Este mes de octubre, Isa y yo nos enrolamos en una nueva escapada. Esta vez, y como quiera que la pandemia sigue poniendo complicados los viajes, nos hemos decidido por la Costa Brava. Y aunque no hemos salido al extranjero, por sus espléndidos paisajes, sus gentes y cultura, no ha desmerecido en nada a otros viajes por países europeos.
Durante cuatro días, desde la ciudad de Roses, recorrimos estas bellísimas tierras, donde los amaneceres y atardeceres nos cautivaron.
A un kilómetro escaso, atravesando las típicas callejuelas, llegamos a Portlligat, coqueta localidad de tradición pesquera, pero que llegó a la fama por ser el lugar elegido por Dali para asentarse y producir la mayor parte de su obra artística.
Continuamos por carreteras muy sinuosas y llegamos a Cap d'en Roig, el lugar más al este de la península, en contraposición a Finisterra, que lo visitamos hace apenas 3 meses.
Con estos apacibles paisajes, dimos por finalizado el primer día, si bien, antes de regresar al hotel, tomamos un vino en Ampuriabrava, urbanización curiosa y que hay que visitar, para pasear por sus canales en perfecta simetría, con los barcos amarradas a pie de cada casa.